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Ser sociable, conocer nuevas personas, entablar una conversación con alguien extraño puede representar un reto para muchas personas. Hay quienes luchan con ansiedad social toda su vida sin saber qué hacer, o aprenden a mimetizarse cuando las circunstancias así lo requieren. Desde una fiesta con amigos, o un nuevo puesto de trabajo, hasta esperar en la fila del banco llega a convertirse  en un disparador para las manos sudorosa de quienes prefieren la seguridad de su imaginación. Curiosamente, son estas personas las que muchas veces tienen las soluciones más brillantes, las historias más intrigantes, las tramas fantásticas más alucinantes. En fin, son un universo de posibilidades que se pierde hacia sus adentros.

Por mucho tiempo observé cómo en ocasiones estas personas dejaban todo su potencial relucir en medio de una partida de Calabozos y Dragones, o explicando la aventura de su personaje favorito en medio de la partida de Magic: The Gathering, y más aún, contando cómo habían logrado vencer a Ganon en una de sus tantas formas dentro de La Leyenda de Zelda. Lo que me llevó a prestar más atención a mi propia interacción con los juegos de mesa, cómo me comportaba en mis partidas, independientemente del juego que estuviera al frente. Para mi sorpresa, encontré un sinfín de ajustes a mi personalidad que variaban según las reglas del juego lo requirieran. Más me cautivó ver que mis amigos hacían lo mismo.  Nos tornábamos más serios alrededor de mecánicas de colaboración, todo para lograr un objetivo común. La actitud se volvía más jovial y burlona cuando de competencias y rivalidades se trataba.

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Así fue cómo, poco a poco, aprendí a utilizar “mis voces”. No las de mi cabeza, esas son para mí. Sino las que podía hacer mientras actuaba como los diferentes personajes de una campaña de rol donde me tocaba representar al mercader del pueblo, a la señora perdida en el  camino por el bosque, a los niños jugando en el parque, o al villano que finalmente revelaba su identidad después de una trama larga y misteriosa. Todo esto para brindarle emoción y contexto a los juegos con mis amigos. Estas voces (mis voces) se convirtieron en una verdadera herramienta de trabajo al descubrir que en tiempo de crisis, una vos más tranquila conseguía mejores resultados que una gruñona o exaltada. Mi voz más ronca funciona de maravilla cuando quiero vender una idea, y la más tenue es útil en tiempos tristes o difíciles mientras trato de darle apoyo a alguien más. Todo esto, lo aprendí en mis mesas de juegos.

Tal vez cada quien encuentre habilidades diferentes mientras juega, note detalles que nadie más percibe y eso es, de modo muy simplista, una de la más grandes bellezas de compartir una mesa lúdica con amigos y extraños. En estos espacios es fácil olvidarse de la ansiedad que causa el hecho de socializar. Nos permiten descubrirnos en aspectos que en otras condiciones permanecerían detrás de las sombras. Aun en tiempos de aislamiento social, compartir juegos permite interactuar, así sea distanciados. Perdiendo un poco de la calidez de una mesa, pero manteniendo viva la llama del afecto. Roll initiative!

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